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sábado, 28 de julio de 2012

NI PATRIA NI TRIBU (2)

Como habréis visto, le he dado al blog un aire más veraniego. Y es que ya veo cerca las vacaciones. Además, mi última publicación y la que voy a hacer ahora, invitan, ambas, a pensar en mar, tienen un regusto azulado como el del fondo del blog.

Tal como anuncié, voy a seguir publicando trozos de mi segunda novela, "Ni patria ni tribu". Lo retomo justo donde lo dejé.


"Cuando volví a abrir los ojos no sabía cuánto tiempo había pasado. Tardé un poco en tener las ideas ordenadas, como si estuviesen flotando fuera de mí, libres y se negasen a adaptarse a la tiranía de mi pensamiento. ¿Qué recordaba? Recordaba un rostro masculino, un techo, una pared, recordaba que no podía moverme y que tenía que estar viva. Tenía que estarlo, no quedaba otro remedio, sino ¿por qué podía pensar? ¿Sería eso estar muerta? No sentir, pero ver, ser consciente de estar. Y si era así, ¿por cuánto tiempo?, ¿hasta cuándo? ¿Vería la famosa luz al final del camino? Porque a mí me parecía todo igual. Ni más luz, ni nada. Todo igual. Blanco. Ligeramente sucio. El techo algo desconchado. Intenté moverme nuevamente. No lo conseguí. Sin embargo, logré girar los ojos para ampliar mi visión. A mi izquierda vi el borde de una sábana y reconocí una cama. Estaba en una cama. ¿Era mi cama? No lo creía, pero tampoco lograba recordar cómo era mi cama o mi cuarto. A la derecha, un soporte metálico sujetaba una bolsa llena de un líquido transparente que se hundía en mi brazo a través de una goma. Lo supe entonces: no estaba en mi casa. No recordaba mi casa. No recordaba mi cama, ni mi cuarto, pero no estaba en mi casa. Estaba en un hospital. Volví los ojos nuevamente a la izquierda. En la parte superior de la sábana, una línea azul contenía unos signos blancos. Sabía que tenían un sentido, pero no era capaz de recordarlo. Intenté mirarlos más detenidamente para desentrañar su significado. Las formas, individualmente, empezaron a dibujarse en mi mente, a encontrar coincidencias, pero más allá de los dibujos de la sábana, uno a uno bailando en mi cabeza, no logré ver el sentido.



Cansada por el esfuerzo, volví a cerrar los ojos. Me invadió un leve sopor. Supuse que sería el líquido que llegaba a mi brazo. No conseguía moverme. No conseguía recordar. Pero no estaba muerta. No. No lo estaba. Estaba en un hospital y no estaba muerta.





Dudo entre ir a casa de mi prima Claire o volver a mi guarida. Me decido por lo segundo. Estaré solo y aburrido, pero pasar otra tarde con Claire está por encima de mis fuerzas.



Mi prima ha nacido en Alicante, pero contrariamente a lo que me pasa a mí, ella no reniega de sus orígenes. Se siente muy orgullosa de su nombre francés y de sus padres “pieds noirs”, venidos de Orán poco antes de la independencia de Argelia. A pesar de haber nacido aquí tiene un leve acento francés cuando habla español, acento que yo creo que es fingido pero que ella considera muy “chic”.



Mis padres me llamaron Daniel para evitarme problemas de pronunciación, cosa que no pudieron hacer con mis apellidos, tremendamente complicados para los franceses. Y no hablemos ya de la “ñ” de Carreño, que no aparece en ningún teclado y que, a lo largo de mi vida, he sustituido por “n” o por “gn”, sin conseguir nunca que mis apellidos suenen y aparezcan escritos correctamente. Pero mi nombre se escribe igual en ambos idiomas y aunque la pronunciación es levemente diferente, no tiene nada que ver con el calvario que pasó mi padre, Juan José  o mi madre, Rosario, que acabaron adaptando sus nombres a versiones francesas más o menos cercanas.



Sin embargo mis tíos, a pesar de vivir en España, decidieron llamar a sus hijas con nombres franceses y si bien la mayor, Hélène, lo españolizó, conservando, eso sí, la “h”, las dos pequeñas, Claire y Monique los han mantenido como seña de identidad.



Mi prima Claire es una persona adorable, aunque puede llegar a ser cargante en algunas ocasiones. Y ahora, suele serlo conmigo. Le preocupo. Le preocupo bastante, y a pesar de ser cuatro años más pequeña que yo, ha decidido tenerme a su cargo y cuidar de que consiga enderezar un rumbo que ella considera que tengo totalmente perdido.



Como si fuera una broma del destino, mis primas son, las tres, rubias, de piel muy clara y ojos azules. Es cierto que mi abuela Fátima, argelina, que procedía de la cabilia, la que dio origen a mi piel cetrina, es la madre de mi padre, y Claire y sus hermanas son hijas del hermano de mi madre, por lo que no hay ninguna relación de consanguinidad entre ellos; pero no deja de resultar irónico que yo, que me he pasado toda mi vida intentando parecer francés, francés auténtico y no de tercera generación como soy, tenga un físico que casa más con un español o con un magrebí, y que mis primas, que siempre han vivido aquí, en Alicante, tengan un aspecto mucho más europeo que el mío.



Desde luego, no nos parecemos en nada. Porque además  ellas son, las tres, más bajas que la media, en especial Claire, mi protectora, que no estoy muy seguro que llegue al metro sesenta. Es una mujer pequeña, menuda, de rasgos agradables y muy, muy alegre.



Yo, sin embargo, soy alto, bastante alto, de piel oscura y pelo castaño, rizado, que empieza a escasear, ojos marrones y nariz algo ganchuda. La gente suele decirme que tengo un aire a Jean Reno. Cuando vivía en París, en la época de mi “afrancesamiento”, esa comparación no me hacía ninguna gracia. Porque Jean Reno es en realidad Juan Moreno, nacido en Casablanca de padres gaditanos. Vamos que, por más que yo quiera evitarlo, mis orígenes me delatan hasta en los parecidos.



Pero Claire es también mi nexo con la realidad y con mi nueva vida. Después de huir constantemente de mi pasado, decidí que, dado el éxito obtenido con la vida que me había esforzado en construirme, debía dar un giro radical e ir directamente a mis raíces. Empezar desde cero (tampoco podía empezar desde mucho más, porque no tenía prácticamente nada). Pero, como tampoco es que me haya vuelto loco del todo, opté por Alicante, donde viven mis tíos y mi prima Claire. Aunque, la verdad, venir al país con la mayor tasa de paro de la Unión Europea a establecerme y buscar trabajo, no parece precisamente muy cuerdo.



Pero, tal y como decía Punset en su trilogía sobre la felicidad, el amor y el poder, la vida humana es ahora tan larga que caben varias vidas dentro de ella, por lo que tenemos más oportunidades de enmendarnos… o de errar. (Al menos, eso es lo que entendí yo en mis lecturas). Por tanto, voy a darle una opción a mi lado español, a ése que me he esforzado en sofocar y aplastar, pero que, siempre lo he sabido, está ahí, mucho más presente de lo que yo quiero admitir.



Lo cierto es que soy bastante cabezota y una vez que tomo una decisión, es difícil que me vuelva atrás. Y aquí estoy, en Alicante, a punto de coger el tranvía que me llevará a la casa de veraneo de mis tíos en la playa de San Juan, el lugar en el que, por ahora, me he instalado. Un lugar que evoca para mí tiempos mejores, tiempos de inconsciencia y diversión; tiempos en los que lo único que importaba era el momento y en los que el futuro que imaginaba era grande, inmenso, un camino abierto hacia cualquier parte del horizonte, que nada tiene que ver con mi realidad; tiempos en los que se forjó esa relación de complicidad que Claire y yo hemos logrado mantener a pesar de los años, la distancia y la poca comunicación. Porque ya no somos jóvenes mintiendo a nuestros padres sobre la hora a la que hemos llegado a casa; ya no nos echamos colirio para que no descubran nuestros ojos rojos; ni nos cubrimos en las coartadas con nuestros novietes. Ahora las cosas son distintas, como lo es mi prima, como lo soy yo, como es este Alicante gris y solitario que nunca hubiese imaginado que existía.




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