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viernes, 30 de septiembre de 2011

Una cuestión de principios

Veo que la entrada sobre mis lecturas no ha tenido mucho éxito. No sé si es porque gusta menos o porque ya os habéis cansado. Para comprobar, esta semana voy a publicar (como una nueva página, a la derecha) un relato que es más una disquisición ética que una historia.

A los que me conocéis, a los que sabéis de mi vida "real", quizá os sorprenda el final. El resto, me lo habréis oído en más de una ocasión. (Es lo que tengo, que cuando cojo un tema no paro de darle vueltas). Creo que es adecuado en todo momento, pero más en la situación actual y más aún en mi situación actual. La mía y la de mi gente, Ya sabéis, a pesar de lo que nos cuenta el cine de Hollywood no siempre ganan los buenos (ni vistiendo de blanco). Aunque, a lo mejor es más sabio el refranero español, que dice "el que ríe el último, ríe mejor".

martes, 27 de septiembre de 2011

Si a los tres años no he vuelto/Cielos de barro

Además de publicar aquí lo que escribo, me gustaría comentar lo que leo. Mis dos últimas lecturas han venido una como consecuencia de la otra.

Decidí empezar "Si a los tres años no he vuelto" de Ana R. Cañil, publicado por Espasa. Tengo que admitir que el motivo que me llevó a elegir este libro no fue puramente literario, sino más bien interesado. La editorial Espasa valoró una de mis novelas ("Ni patria ni tribu") y, depués de dedicarme algunos comentarios elogiosos que realmente valoro, decidió no publicarla. Sin embargo, "Si a los tres años no he vuelto" y "El bolígrafo de gel verde" son dos de los títulos por los que este año sí ha apostado la editorial y, he de reconocer, que tenía cierta curiosidad por ellos. Por eso de saber de la competencia y aprender.

Dedicaré otra entrada del blog a "El bolígrafo de gel verde", pero hoy me centraré en "Si a los tres años no he vuelto". El principio se me hizo duro. No engancha y, para mi gusto, hay un exceso de pretensiones. Además, se anticipa una novelita romántica de esas que realmente no me gustan. Sin embargo, a medida que el libro iba avanzando, la historia me fue atrapando hasta que conseguí devorarlo en un solo día. Eso no quiere decir mucho, porque yo leo muy rápido. Pero realmente me gustó. Me gustó bastante. Nada de la novelita rosa del principio. Al contrario, mucho gris y mucho ocre de la miseria de la guerra. Aunque dentro de la novela resuenan otras historias, hay que reconocer que está bien construída y que consigue tocar las emociones. Al menos las mías.

Como decía, resuenan en ella otras historias. Parte de "Inés y la alegría", de Almudena Grandes, la del principio y, sobre todo, "La voz dormida" de Dulce Chacón. Para mí la mejor de las tres. La más emotiva, la que mejor conectó conmigo en un trío de autoras e historias que, bajo mi punto de vista, tienen en común la cercanía que trasmiten. Eso sin desmerecer a mi preferida, Almudena, de la que he leído todo lo que ha publicado, columnas incluídas. Sin embargo, de ella, mi favorita es "El corazón helado".

Y, como decía, la lectura de "Si a los tres años no he vuelto", me llevó s recordar "La voz dormida" y, al encontrar en la estantería de mis padres otro libro de esta autora, "Cielos de barro", me animé con él. Lo recomiendo. De lectura algo más difícil que "La voz dormida", debido a la forma de narración empleada, a través de la conversación de uno de los personajes, descubre poco a poco una historia descarnada, si cabe más dura que la de la cárcel de Ventas. Una historia, por desgracia más común, que sucede en el marco de la Guerra Civil pero que podría suceder en cualquier otro tiempo, ya que la vida sometida de los habitantes de ese cortijo, podría darse en cualquier momento durante los últimos tres o cuatro siglos.

Y hasta aquí, estas dos novelas. El próximo, el comentario sobre "El bolígrafo de gel verde". Si alguno de vosotros ha leído las novelas a las que me refiero, animaos a compartir algún comentario.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Alter ego

Voy a intentar publicar al menos una nueva entrada cada semana. Como si fuera un columna en el periódico dominical. En esta ocasión, dejo una página con "Alter ego". Es un relato nuevo, que escribí hace una semana, pero con una historia que ya tenía en mente y que había llevado al papel hace años, de forma diferente.

Puede recordar a algunos pasajes de "El mundo de Sofía", de Jostein Gaarder, pero en mi descargo tengo que decir que la primera versión la escribí antes de leer el libro. Puede que incluso antes de que se hubiese publicado, porque creo que es de principios de los noventa.

Espero que os guste.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Platón

Como ya he dicho, escribo. Fundamentalmente prosa, aunque, en alguna ocasión, también he hecho mis pinitos con la poesía.

Lo que más me gusta hacer es construir narraciones cortas, historias que empiezan y acaban y pueden leerse de un modo rápido. Por eso, he escrito muchos cuentos cortos. Os voy a dejar uno, "Platón", que os sonará a todos los que hayais leído mi novela "Ni patria ni tribu". Lo incluí en ella, modificado y adaptado a una de las tramas del libro.

"Como cada día espero el momento en el que harás ese gesto. Ese gesto descuidado, tan tuyo, que repites siempre; que siempre aguardo y que siempre temo perderme. Nunca sé cuándo pasará, incluso me angustio pensando que hoy no pasará. Pero pasa. Todos los días. Siempre igual y siempre de forma diferente. Te quitas el jersey. En algún momento de la mañana, invariablemente, te quitas el jersey. Y debajo, aparece una camiseta del mismo tono. ¿Cuántas tienes?, y ¿cuántos jerseys?. Todos iguales y todos diferentes. Como tu gesto. Estiras los brazos de forma impetuosa, pero sin darte cuenta y justo entonces, en el momento en el que el jersey oculta tu rostro, veo tensarse los músculos de tu brazo, adivinarse bajo la camiseta la forma de tus pectorales y contengo la respiración. Dura sólo un instante, no sé si llegan a ser segundos, pero son suficientes para mantenerme prendida de tu imagen, para sostener mi desazón, para alimentar mis fantasías, para abrir la compuerta que me precipita en esa sensación de caída libre que me da el deseo. Tus músculos bajo la fina tela de la camiseta. Sólo eso y todo eso. Me pregunto si alguna vez habrás notado la insistencia de mis miradas. Si te habrás percatado de que mi voz cambia levemente, un brevísimo silencio justo en ese instante, y después, nuevamente, retomo la palabra donde la había dejado.

No sé si cuado me miras, atento, aplicado, ves la misma imagen que se empeña en devolverme el espejo. Esa mujer madura (¿demasiado madura, quizá?), que se ha cansado de luchar contra la fuerza de la gravedad y luce orgullosa sus arrugas alrededor de los ojos y la boca, la leve flacidez de la cara interna de sus brazos, las primeras canas entre las mechas. O si por el contrario ves a la mujer que siempre fui y que sigo siendo, esa mujer fuerte y atemporal, rotunda, que tiembla bajo el roce de otra piel, que ríe a carcajadas y llora sin pudor, esa mujer que sé que soy y que yo sigo viendo aunque el espejo se empeñe en engañarme.

            No sé lo que ves. Sólo sé que espero ansiosa cada día ese momento en el que te veo empezar a desnudarte. Aunque nunca vas más allá. Siempre te quedas ahí, a pesar de que yo imagine e imagine el resto. Y sé que no será verdad. Porque no estamos solos. Porque me miras atento mientras acaricias por debajo de la mesa la mano de esa chica (casi una niña) de melena aleonada y cuerpo insultantemente llamativo. Porque entre nosotros hay más de quince años de diferencia. Porque apenas hemos cruzado diez palabras. Porque eres mi alumno. Porque soy tu profesora. Porque te quitas el jersey cada día, en mi clase, mientras atiendes a mis explicaciones en primera fila y yo pierdo el aliento, angustiada por la posibilidad de no verte.

Como cada día espero el momento en el que harás ese gesto. Ese gesto descuidado, tan tuyo, que repites siempre; que siempre aguardo y que siempre temo perderme. Nunca sé cuándo pasará, incluso me angustio pensando que hoy no pasará. Pero pasa. Todos los días. Siempre igual y siempre de forma diferente. Te quitas la chaqueta. En algún momento de la mañana, invariablemente, te quitas la chaqueta. La desabrochas como sin darte cuenta, y luego sacas las mangas echando tu cuerpo hacia delante, sacando tu pecho que aparece proyectado hacia mí como queriendo escaparse de esas camisetas de cuello alto que llevas, tan puritanas y tan sexys. No dejan nada a la vista, pero todo lo insinúan. Y yo imagino tus pezones bajo el sujetador que se marca siempre levemente, adivino la gravidez de tus pechos en mis manos. ¿Cuántas camisetas como ésa tienes?, y ¿cuántas chaquetas? Todas iguales y todas diferentes. Como tu gesto. Fantaseo con la idea de que lo haces por mí. De que me lo dedicas. Que sabes cómo lo espero y por eso, de forma descuidada, sin variar el tono, continúas con tus frases mientras desabrochas, uno a uno los botones y entonces, en una fracción de segundo, en un momento eterno, me ofreces tu cuerpo. Y es ese gesto, ese gesto que mendigo y que siempre temo perderme, el que me acompaña siempre, al que recurro cuando las caricias, cuando el sexo acogedor y el cuerpo joven e inexperto de Laura, que ahora aprieta mi mano, no me son suficientes.

            No sé siquiera si me ves, anhelante, en la primera fila. No sé si descubres en mí a ese hombre que sé que llegaré a ser y que llevo dentro, o por el contrario sólo soy para ti uno más, un imberbe a medio hacer que lucha para que los años le den por fin la pátina de seguridad y confianza que algún día tendré. Porque sé que no es verdad. Que no te desnudas para mí. Porque no estamos solos. Porque me miras como sin verme mientras Laura acaricia mi mano por debajo de la mesa. Porque entre nosotros hay más de quince años de diferencia. Porque apenas hemos cruzado diez palabras. Porque soy tu alumno. Porque eres mi profesora. Porque te quitas la chaqueta cada día, en clase, mientras atiendo a tus explicaciones en primera fila y yo pierdo el aliento, angustiado por la posibilidad de no verte."

lunes, 12 de septiembre de 2011

Presentación

Me llamo Pepa Serrano y escribo. No es mucha información pero sí suficiente. Suficiente para lo que quiero contar en este blog.

Escribo. Lo hago desde muy joven. Tanto es así que, durante años, estaba convencida de que esa sería mi profesión. De hecho, el primer dinero que obtuve lo gané escribiendo. Un concurso. Cinco mil pesetas. De las de principios de los años ochenta. No estaba mal. Luego vinieron otros premios literarios, más dinero y después... Después la realidad, que se empeñó en apartarme de mi camino y llevarme por otro más prosaico.

Y yo le hice caso.

Pero no es esa la vida que quiero contar aquí. La vida normal de una madre de familia normal. La de una mujer trabajadora normal. La vida que paga las facturas y que vivo a diario, esperando el momento de cruzar al otro lado del espejo. Porque es entonces, cuando dejo atrás a la mujer normal que soy, cuando empiezo a disfrutar, metida en la piel de la mujer que un día estuve segura de llegar a ser.

Por eso, mi vida al otro lado del espejo me parece más interesante. Y, a decir verdad, para mí, sin duda, es también más real. Más que la otra, la que me da de comer, la que me pone el doña delante y exhibe mis méritos y mis miserias.

Por eso, en este blog, para conocerme, no hace falta saber más que eso, que me llamo Pepa Serrano y escribo.