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domingo, 15 de noviembre de 2015

COSMOPOLITAN



-      Te pega beber un Cosmopolitan – dijo él, mientras le dedicaba una de sus sonrisas.


“Vaya, hombre”, pensó ella. “Con lo que me ha costado decidirme y ahora viene éste con lo del Cosmopolitan. ¿Y qué es lo que lleva? Si es que no lo sé. Mejor voy a lo seguro, que luego la lío. Un JB con Coca-Cola y ya está. Eso sí, la Coca mejor Zero, que con lo que he cenado, la dieta se va a paseo”.


Él,  Enrique, seguía sonriendo y eso la ponía nerviosa. Esa noche todo le parecía tan complicado… Había decidido hacer caso a su hermana y salir con ella y sus amigos.


-      Venga, no seas tonta. Te hace falta airearte. Y son todos majos. Si yo creo que no hay ninguno al que no conozcas. –


Y era cierto. Les conocía. Les conocía a casi todos. Habían sido también sus amigos. Hacía ya tanto tiempo… Su hermana y ella se llevaban cinco años y, aunque esa diferencia lo fue cuando eran pequeñas, una vez que cumplió los veinticinco pareció evaporarse. Por eso habían compartido el mismo grupo. Hasta que… Hasta que ella, Blanca, la mayor, se casó, hacía de eso exactamente veinte años, tres meses y diecisiete días. Desde entonces fue Julián, y luego Clara y David, los niños, y ya no hubo manera. Sabía de todos por Ana, su hermana. Que si Beatriz y Luis se habían casado. Que si Guillermo se fue a vivir a Alemania. Que si a Elena le había ido muy bien con el despacho y Javi no conseguía cuajar en ningún trabajo…


Estaba al día de las novedades, pero apenas les veía. No como Ana, que aunque convivía con Eduardo desde hacía más de diez años, seguía manteniendo el contacto, y había establecido como norma que una vez al mes dejaba a las mellizas en casa y quedaba con sus amigos. Casi siempre con Eduardo, pero había veces que incluso iba sola.


-      Yo preparo unos Cosmopolitan estupendos – insistió Enrique y Blanca no supo que contestar. – Es que te pega, de verdad. Me recuerdas a una de las protagonistas de “Sexo en Nueva York”.- Continuó él.



“Vaya, ésta sí que es buena. Con la de series que me trago y no he visto ésta. Y ahora no sé qué me quiere decir. Algún capítulo, de pasada, sí que me suena, de hacer zapping. Seguro que mi hermana sabe algo, pero está lejos, como para ir a preguntarle. Eran cuatro, ¿no? las protagonistas. ¿A cuál de ellas le recuerdo? Y sobre todo, ¿por qué?, ¿Y qué le digo sin parecer idiota?”


Pero Enrique seguía a lo suyo, como si no le importase la cara de desconcierto de Blanca.



-      No sé cómo se llama el personaje, pero la actriz es Sarah Jessica Parker.- Continuó.


“Bueno”, se dijo Blanca, “al menos creo que ésa es la que mejor parada sale en la serie, ¿no?” Pero no se atrevió a decirlo en alto. En lugar de eso, preguntó:


-      ¿Y por qué te la recuerdo? –



-      No sé. Siempre me lo ha parecido. Desde que empezó la serie.- Y a Blanca  le vino a la mente que conocía a Enrique desde hacía más de veinticinco años y que, en su momento, justo antes de que apareciese Julián, a ella había llegado a preocuparle que ese chaval, varios años más joven que ella, ¿cuántos?, ¿cinco?, ¿siete?, no se le fuese de la cabeza.


Sí, Enrique siempre le pareció especial. Muy atractivo. Y aunque ya no quedase prácticamente nada de ese pelo rubio (ahora era más bien escaso y castaño); aunque alrededor de esos ojos, tan azules, se marcasen las arrugas, cuando estaba cerca de él aún podía notar la sensación, la misma de entonces. Las ganas de mirarle, de conseguir que volviera a sonreír, que apareciesen de nuevo sus dientes (tan blancos…  Por cierto, ¿no se habría hecho algún tratamiento?) 


Sí, Enrique siempre había sido especial. Con su vida de crápula, viajando de acá para allá, cambiando de trabajo, de pareja, de casa… Tan distinto a ella, a su vida de esposa y madre trabajadora, que ahora se le antojaba tan poco lustrosa. Esa vida que lo había sido todo durante los últimos años y que ya no estaba. Ya no. Desde que en enero dijo no aguanto más y decidió que ya era hora de que Julián y ella se contasen la verdad. Que ninguno quería seguir con su matrimonio. Que hacía años que no eran una pareja. Que ya ni en  las cosas que siempre les habían unido, los libros, el cine… tenían los mismos gustos. Que los niños eran mayores y lo entenderían.


Por eso Ana se había empeñado en airearla. Porque desde que se divorció no era la misma. Se sentía bien. En cierto modo, liberada. Era algo que los dos sabían que tenían que hacer, aunque ninguno se atrevía a dar el paso. Pero durante el tiempo que duró su matrimonio, Blanca no había tenido más horizonte que el de su marido y sus hijos. Hacía tanto que no salía sin ellos… Y no digamos salir a tomar una copa y bailar, como estaba haciendo esa noche. Con lo que le gustaba a ella bailar. Pero ahora no sabía cómo se haría. Seguro que el estilo habría cambiado y llamaba la atención, moviéndose de un modo extraño. Se sentía tan rara…


-      Un Gin-tonic de Heindrick con Fever tree.- Pidió Enrique. Y la miró a ella, para ver qué quería. Blanca empezó a dudar. Seguro que lo que iba a pedir estaba pasado de moda. “Si mira lo que ha pedido él”. Apunto estaba de decidirse por una Coca-Cola y ya está, pero no, necesitaba un poco del aplomo y la confianza que le iba a proporcionar el alcohol, por lo que no le dio más vueltas.



-      Pues, pídeme lo mismo.- Dijo, a pesar de que odiaba la ginebra. Siempre le había parecido que sabía a colonia. Pero cuando el camarero acabó de preparar la mezcla - ¡Por Dios, si parece una receta de las de mi madre!, la de cosas que le echa – y lo probó, no le supo en absoluto a colonia. Y se lo dijo a Enrique.



-      Es que depende de la ginebra y de la tónica que uses. Y cada Gin-tonic es distinto. Además, yo tengo una teoría – le dijo, mirándola con gesto travieso – Se puede saber cuándo dejó de salir habitualmente una persona por la bebida que pide.-


Blanca se echó a reír.


-      Pues he estado a punto de pedir un JB con Coca- Cola.-



-      ¿Ves? – contestó Enrique – esto confirma mi teoría. Tú salías en los ochenta.-



-      No vale. – Se quejó ella. Tú lo sabes, sabes cuándo dejé de salir. Juegas con ventaja.-



-      Sí, en tu caso sí. – Admitió él.- Pero verás, Eduardo ha pedido, seguro, un Brugal con Coca- Cola. Ron, eso corresponde a los noventa.



-      ¿Y el Gin-Tonic?, ¿tú  cuándo dejaste de salir? – preguntó Blanca. Enrique sonrió.



-      Yo no he dejado de hacerlo.-



-      ¿Qué tal chicos? – preguntó Ana, que, junto a Eduardo (y a un ron con Coca-Cola, ¡bingo!) apareció y se colocó entre Blanca y Enrique. – Trátame bien a mi hermana, Quique, no me la asustes, que no quiero que se arrepienta y deje de venir con nosotros.-



-      ¿Cuándo he tratado yo mal a una chica? – preguntó Enrique, fingiendo enfado.



-      No, si ése es el problema, que las tratas demasiado bien – protestó Eduardo.





Y así, entre bromas, recuerdos, copas y bailes, fue transcurriendo la noche.



Blanca se dio cuenta de que la forma de bailar no había cambiado tanto. O a lo mejor era que la mayoría de sus amigos llevaban también tiempo sin salir, como ella, pero lo cierto fue que no se sintió extraña, incluso conocía las canciones.



También descubrió que Enrique, además, era un buen conversador. Le habló de sus viajes, de su empresa, un proyecto nuevo que iba saliendo a flote con dificultad, e incluso de Susana, su mujer. Sí, porque Blanca no lo recordaba, pero Enrique se había casado. Hacía de eso cinco años.



Y uno desde su separación.



Con la conversación llegaron los recuerdos. Los recuerdos de historias compartidas y los de las sensaciones que ella creía extinguidas. El roce de su brazo en la cintura, como por descuido, cuando volvieron a la barra, para pedir otro Gin-Tonic, ese roce que ella notaba no sólo allí sino recorriéndole la espalda; el susurro de su voz, cerca del oído, fingiendo que era el ruido de la música el que no les permitía oír bien, y no la necesidad de estar cerca la que modulaba la voz, para buscar al otro; la pierna de él chocando con la de ella, ambos sentados en los taburetes altos… y el tacto de su boca recorriendo su cuerpo, en su recuerdo y en el deseo que creía olvidado.



Recordó que todas esas sensaciones fueron antes, y que ya habían estado allí; que Enrique no sólo era el chico más atractivo que había conocido hasta que apareció Julián, sino que también fue su secreto, el de la pasión que nunca confesó, que creyó haber olvidado, el amigo de su hermana, más joven, un crápula, una locura que no duró más que una noche y que quedó en la recamara de sus fantasías hasta hoy.



Blanca no solía beber. Y llevaba ya tres copas. Le vino a la cabeza el primer comentario de Enrique, el que le hizo al llegar al bar.



-      ¿Por qué te recuerdo a Sarah Jessica Parker? – preguntó. Bueno, ya sé que tiene más o menos mi edad, pero… No sé, ¿por qué? –



-      No es a la actriz – dijo Enrique.- Es al personaje. Carrie algo, creo que se llama. Escribe, es periodista, como tú querías ser. Y es un icono de moda y estilo. Parece fuerte y sin embargo, es también vulnerable. No sé… Siempre me ha recordado a ti. – E hizo un gesto que quería decir que no había más explicación.


Blanca notó un leve mareo, que no sabía si atribuir al alcohol o a las palabras de Enrique. 


Empezaba a recordar aquella noche de un modo cada vez más nítido y se preguntó si Enrique, como ella, guardaría esos recuerdos como algunos de los más placenteros que había tenido. 


Le miró y supo cómo interpretar esa sonrisa que ella tanto buscaba.


-      ¿No me habías dicho que hacías unos Cosmopolitan muy buenos?  Pues demuéstramelo.- Le dijo.



Y salieron los dos de la discoteca, riendo, dispuesto a comprobar si los recuerdos de esa noche seguían estando dispuestos a regresar tanto tiempo después.