- Te pega beber un Cosmopolitan – dijo
él, mientras le dedicaba una de sus sonrisas.
“Vaya,
hombre”, pensó ella. “Con lo que me ha costado decidirme y ahora viene éste con
lo del Cosmopolitan. ¿Y qué es lo que lleva? Si es que no lo sé. Mejor voy a lo
seguro, que luego la lío. Un JB con Coca-Cola y ya está. Eso sí, la Coca mejor
Zero, que con lo que he cenado, la dieta se va a paseo”.
Él,
Enrique, seguía sonriendo y eso la ponía nerviosa. Esa noche todo le
parecía tan complicado… Había decidido hacer caso a su hermana y salir con ella
y sus amigos.
- Venga, no seas tonta. Te hace falta
airearte. Y son todos majos. Si yo creo que no hay ninguno al que no conozcas.
–
Y era cierto. Les conocía. Les
conocía a casi todos. Habían sido también sus amigos. Hacía ya tanto tiempo… Su
hermana y ella se llevaban cinco años y, aunque esa diferencia lo fue cuando
eran pequeñas, una vez que cumplió los veinticinco pareció evaporarse. Por eso
habían compartido el mismo grupo. Hasta que… Hasta que ella, Blanca, la mayor,
se casó, hacía de eso exactamente veinte años, tres meses y diecisiete días. Desde
entonces fue Julián, y luego Clara y David, los niños, y ya no hubo manera.
Sabía de todos por Ana, su hermana. Que si Beatriz y Luis se habían casado. Que
si Guillermo se fue a vivir a Alemania. Que si a Elena le había ido muy bien
con el despacho y Javi no conseguía cuajar en ningún trabajo…
Estaba al día de las novedades, pero
apenas les veía. No como Ana, que aunque convivía con Eduardo desde hacía más
de diez años, seguía manteniendo el contacto, y había establecido como norma
que una vez al mes dejaba a las mellizas en casa y quedaba con sus amigos. Casi
siempre con Eduardo, pero había veces que incluso iba sola.
- Yo preparo unos Cosmopolitan
estupendos – insistió Enrique y Blanca no supo que contestar. – Es que te pega,
de verdad. Me recuerdas a una de las protagonistas de “Sexo en Nueva York”.-
Continuó él.
“Vaya,
ésta sí que es buena. Con la de series que me trago y no he visto ésta. Y ahora
no sé qué me quiere decir. Algún capítulo, de pasada, sí que me suena, de hacer
zapping. Seguro que mi hermana sabe algo, pero está lejos, como para ir a
preguntarle. Eran cuatro, ¿no? las protagonistas. ¿A cuál de ellas le recuerdo?
Y sobre todo, ¿por qué?, ¿Y qué le digo sin parecer idiota?”
Pero
Enrique seguía a lo suyo, como si no le importase la cara de desconcierto de
Blanca.
- No sé cómo se llama el personaje,
pero la actriz es Sarah Jessica Parker.- Continuó.
“Bueno”,
se dijo Blanca, “al menos creo que ésa es la que mejor parada sale en la serie,
¿no?” Pero no se atrevió a decirlo en alto. En lugar de eso, preguntó:
- ¿Y por qué te la recuerdo? –
- No sé. Siempre me lo ha parecido.
Desde que empezó la serie.- Y a Blanca le vino a la mente que conocía a Enrique desde
hacía más de veinticinco años y que, en su momento, justo antes de que
apareciese Julián, a ella había llegado a preocuparle que ese chaval, varios
años más joven que ella, ¿cuántos?, ¿cinco?, ¿siete?, no se le fuese de la
cabeza.
Sí, Enrique siempre le pareció
especial. Muy atractivo. Y aunque ya no quedase prácticamente nada de ese pelo
rubio (ahora era más bien escaso y castaño); aunque alrededor de esos ojos, tan
azules, se marcasen las arrugas, cuando estaba cerca de él aún podía notar la
sensación, la misma de entonces. Las ganas de mirarle, de conseguir que
volviera a sonreír, que apareciesen de nuevo sus dientes (tan blancos… Por cierto, ¿no se habría hecho algún
tratamiento?)
Sí, Enrique siempre había sido
especial. Con su vida de crápula, viajando de acá para allá, cambiando de
trabajo, de pareja, de casa… Tan distinto a ella, a su vida de esposa y madre
trabajadora, que ahora se le antojaba tan poco lustrosa. Esa vida que lo había
sido todo durante los últimos años y que ya no estaba. Ya no. Desde que en
enero dijo no aguanto más y decidió
que ya era hora de que Julián y ella se contasen la verdad. Que ninguno quería
seguir con su matrimonio. Que hacía años que no eran una pareja. Que ya ni
en las cosas que siempre les habían
unido, los libros, el cine… tenían los mismos gustos. Que los niños eran
mayores y lo entenderían.
Por eso Ana se había empeñado en
airearla. Porque desde que se divorció no era la misma. Se sentía bien. En
cierto modo, liberada. Era algo que los dos sabían que tenían que hacer, aunque
ninguno se atrevía a dar el paso. Pero durante el tiempo que duró su
matrimonio, Blanca no había tenido más horizonte que el de su marido y sus
hijos. Hacía tanto que no salía sin ellos… Y no digamos salir a tomar una copa
y bailar, como estaba haciendo esa noche. Con lo que le gustaba a ella bailar.
Pero ahora no sabía cómo se haría. Seguro que el estilo habría cambiado y
llamaba la atención, moviéndose de un modo extraño. Se sentía tan rara…
- Un Gin-tonic de Heindrick con Fever
tree.- Pidió Enrique. Y la miró a ella, para ver qué quería. Blanca empezó a
dudar. Seguro que lo que iba a pedir estaba pasado de moda. “Si mira lo que ha
pedido él”. Apunto estaba de decidirse por una Coca-Cola y ya está, pero no,
necesitaba un poco del aplomo y la confianza que le iba a proporcionar el
alcohol, por lo que no le dio más vueltas.
- Pues, pídeme lo mismo.- Dijo, a
pesar de que odiaba la ginebra. Siempre le había parecido que sabía a colonia.
Pero cuando el camarero acabó de preparar la mezcla - ¡Por Dios, si parece una
receta de las de mi madre!, la de cosas que le echa – y lo probó, no le supo en
absoluto a colonia. Y se lo dijo a Enrique.
- Es que depende de la ginebra y de la
tónica que uses. Y cada Gin-tonic es distinto. Además, yo tengo una teoría – le
dijo, mirándola con gesto travieso – Se puede saber cuándo dejó de salir
habitualmente una persona por la bebida que pide.-
Blanca
se echó a reír.
- Pues he estado a punto de pedir un
JB con Coca- Cola.-
- ¿Ves? – contestó Enrique – esto
confirma mi teoría. Tú salías en los ochenta.-
- No vale. – Se quejó ella. Tú lo
sabes, sabes cuándo dejé de salir. Juegas con ventaja.-
- Sí, en tu caso sí. – Admitió él.-
Pero verás, Eduardo ha pedido, seguro, un Brugal con Coca- Cola. Ron, eso
corresponde a los noventa.
- ¿Y el Gin-Tonic?, ¿tú cuándo dejaste de salir? – preguntó Blanca.
Enrique sonrió.
- Yo no he dejado de hacerlo.-
- ¿Qué tal chicos? – preguntó Ana,
que, junto a Eduardo (y a un ron con Coca-Cola, ¡bingo!) apareció y se colocó
entre Blanca y Enrique. – Trátame bien a mi hermana, Quique, no me la asustes,
que no quiero que se arrepienta y deje de venir con nosotros.-
- ¿Cuándo he tratado yo mal a una
chica? – preguntó Enrique, fingiendo enfado.
- No, si ése es el problema, que las
tratas demasiado bien – protestó Eduardo.
Y
así, entre bromas, recuerdos, copas y bailes, fue transcurriendo la noche.
Blanca
se dio cuenta de que la forma de bailar no había cambiado tanto. O a lo mejor
era que la mayoría de sus amigos llevaban también tiempo sin salir, como ella,
pero lo cierto fue que no se sintió extraña, incluso conocía las canciones.
También
descubrió que Enrique, además, era un buen conversador. Le habló de sus viajes,
de su empresa, un proyecto nuevo que iba saliendo a flote con dificultad, e
incluso de Susana, su mujer. Sí, porque Blanca no lo recordaba, pero Enrique se
había casado. Hacía de eso cinco años.
Y uno
desde su separación.
Con
la conversación llegaron los recuerdos. Los recuerdos de historias compartidas
y los de las sensaciones que ella creía extinguidas. El roce de su brazo en la
cintura, como por descuido, cuando volvieron a la barra, para pedir otro
Gin-Tonic, ese roce que ella notaba no sólo allí sino recorriéndole la espalda;
el susurro de su voz, cerca del oído, fingiendo que era el ruido de la música
el que no les permitía oír bien, y no la necesidad de estar cerca la que
modulaba la voz, para buscar al otro; la pierna de él chocando con la de ella,
ambos sentados en los taburetes altos… y el tacto de su boca recorriendo su
cuerpo, en su recuerdo y en el deseo que creía olvidado.
Recordó
que todas esas sensaciones fueron antes, y que ya habían estado allí; que
Enrique no sólo era el chico más atractivo que había conocido hasta que
apareció Julián, sino que también fue su secreto, el de la pasión que nunca
confesó, que creyó haber olvidado, el amigo de su hermana, más joven, un crápula,
una locura que no duró más que una noche y que quedó en la recamara de sus
fantasías hasta hoy.
Blanca
no solía beber. Y llevaba ya tres copas. Le vino a la cabeza el primer
comentario de Enrique, el que le hizo al llegar al bar.
- ¿Por qué te recuerdo a Sarah Jessica
Parker? – preguntó. Bueno, ya sé que tiene más o menos mi edad, pero… No sé,
¿por qué? –
- No es a la actriz – dijo Enrique.-
Es al personaje. Carrie algo, creo que se llama. Escribe, es periodista, como
tú querías ser. Y es un icono de moda y estilo. Parece fuerte y sin embargo, es
también vulnerable. No sé… Siempre me ha recordado a ti. – E hizo un gesto que
quería decir que no había más explicación.
Blanca notó un leve mareo, que no
sabía si atribuir al alcohol o a las palabras de Enrique.
Empezaba a recordar aquella noche de
un modo cada vez más nítido y se preguntó si Enrique, como ella, guardaría esos
recuerdos como algunos de los más placenteros que había tenido.
Le
miró y supo cómo interpretar esa sonrisa que ella tanto buscaba.
- ¿No me habías dicho que hacías unos
Cosmopolitan muy buenos? Pues
demuéstramelo.- Le dijo.
Y salieron los dos de la discoteca,
riendo, dispuesto a comprobar si los recuerdos de esa noche seguían estando
dispuestos a regresar tanto tiempo después.