Hoy voy a publicar un cuento infantil. Un cuento que les escribí a mis hijas hace muchos años. En concreto, nueve años, en septiembre de 2004.
Se lo escribí a mano y les hice unos dibujos para ilustrarlo. Les gustaba tanto y lo leían tantas veces, que pronto tuve que hacer una fotocopia. Y después, temiendo que se perdiese, lo pasé al ordenador.
Y no me equivoqué. Hoy, cuando he ido a rescatarlo del ordenador para publicarlo en el blog, no he encontrado ninguna de las dos copias en papel. Y por poco no encuentro la copia del ordenador, porque está en el antiguo, en ése que ya casi no utilizamos y que no sé cómo no hemos tirado.
Pero, por suerte, he llegado a tiempo. Y aquí está es cuento que escribí para mis hijas, para ayudarlas a entender una pérdida. Una de sus primeras pérdidas: la de Diana, la persona que las cuidaba, que encontró un trabajo mejor. Hemos seguido manteniendo contacto con ella, no fue una despedida traumática, pero aún así, a mis hijas -niñas entonces, adolescentes ahora - les costaba entenderlo. Por eso me inventé una historia basada en sus conversaciones y se la regalé. Y ahora la comparto con vosotros.
"Había una vez dos niñas que eran hermanas. Se llamaban
Patricia y Celia. Patricia era la mayor, tenía el pelo rubio y le gustaban
mucho los dibujos, los cuentos y las pelis. Iba a empezar primero de primaria y
estaba un poco nerviosa por eso.
Celia
era la pequeña. Tenía el pelo moreno y al reir se le formaban dos hoyitos en
las mejillas, como a su mamá. Le gustaban mucho los puzzles, los cuentos y los
animales.
Las
dos hermanas iban al mismo cole y tenían una cuidadora que se llamaba Diana.
Diana
llevaba mucho tiempo cuidándolas. De hecho, ellas no eran capaces de recordar a
ninguna otra cuidadora. Sabían que había habido otras, incluso habían visto las
fotos, pero por más que lo pensaban, las dos hermanas sólo recordaban a Diana.
Diana
era joven y muy guapa. Tenía el pelo largo y negro, y en su voz tranquila
sonaba la brisa del otro lado del Atlántico, de su casa. Porque Diana, que
vivía en Madrid, como las dos hermanas, había nacido muy, muy lejos, en un
sitio en el que crecían plantas de nombres extraños, y al que se tardaba casi
un día en llegar en avión.
Diana
les contaba a veces a las dos hermanas cosas de su país, y de Claudia, la
hermana que dejó allí, de lo que ella hacía cuando era pequeña y de lo que
tenía pensado para cuando volviera.
Las
dos hermanas querían mucho a Diana. Jugaban juntas, la ayudaban en lo que
podían, y a veces, también aceptaban sus regañinas cuando se portaban mal.
Un
día, mientras merendaban, Diana y sus papás hablaban de algo. Las dos hermanas
no sabían de qué, pero en seguida adivinaron que era algo triste, por las caras
de los mayores.
Patricia
preguntó:
- -
¿Qué pasa?, ¿de qué habláis?
- -
No pasa nada cariño. Anda, acábate el Cola-Cao.-
dijo su madre.
Patricia se quedó pensando: “Aquí pasa algo, y no nos lo
quieren decir”.
-
Celia – le dijo a su hermana muy bajito y al
oído – creo que papá, mamá y Diana tienen un secreto.
-
¿Un secreto?- preguntó Celia.
-
Sí – dijo Patricia – no sé lo que es, pero es
algo de Diana.-
-
¡Ah!, ya sé – dijo Celia. Yo les he oído decir
que Diana se va.-
Patricia se quedó muy seria. Esto era más grave de
lo que ella había imaginado. Diana se iba, se iba. Era una tragedia. Pero,
¿adónde?, y sobre todo, ¿por qué?. De pronto tuvo una idea:
-
Celia –
-
¿Qué?
-
Ya sé por qué se va Diana.-
-
¿Por qué?
-
Porque Diana es una princesa.
-
¿Una princesa?
-
Sí. ¿No te has dado cuenta?. Con ese pelo largo,
y tan guapa. Diana es una princesa, y tiene que volver a su país, que está muy,
muy lejos, cruzando el mar grande, para casarse con el príncipe.
-
¿Con el príncipe?, ¿qué príncipe?.- dijo Celia.
-
Y yo qué sé. Eso da igual.- dijo Patricia – Será
un príncipe de su país.
Y así, las dos hermanas, fueron contándose poco a
poco la historia de la princesa Diana, que había huído de las lejanas tierras
de más allá del gran mar, con sus padres y sus hermanos, porque un hada madrina
con muy mala intención había hecho un embrujo.
El embrujo consistía en que Diana, sus padres los
Reyes y sus hermanos no podían volver a su país hasta que Diana cumpliese
veinticinco años, edad en la que regresaría para casarse con el príncipe que le
estaba destinado. Mientras tanto, el hada, convertida en bruja, retenía a su
hermana, y tenía a su pueblo de guerra en guerra, luchando continuamente sin
saber muy bien por qué.
Diana
la princesa, y sus padres los Reyes tenían el encargo de buscar, en el país
donde vivían las dos hermanas, , ayuda para su pueblo y refugio para ellos. Y
en este país estaban esperando a que Diana cumpliese veinticinco años, momento
en el que debían regresar a su lejana tierra, con el fin de romper el hechizo,
casarse con el príncipe, y liberar a su gente del triste destino que les había
impuesto la bruja.
Así, con esa maravillosa historia, más maravillosa
que el más maravilloso de los cuentos, las dos hermanas veían día a día a
Diana, su princesa, y se imaginaban historias de batallas en las que un
príncipe guapísimo luchaba y luchaba sin cesar, con la esperanza de que su bella
princesa acudiera a liberarle a él y a su pueblo.
Además, seguras de haber descubierto un gran
secreto, Patricia y Celia no se lo contaron a nadie.
Un día su papá les dijo:
-
Patri, Celia, os tenemos que contar una cosa.
Como sabéis, Diana está estudiando en su cole. Después del verano, cuando
vuelva a su cole va a tener que estar allí muchas horas, y no va a tener tiempo
para venir a nuestra casa. Por eso, va a dejar de cuidaros, y vendrá otra
persona que estará con vosotras.-
Las dos
hermanas se miraron y sonrieron. Sí, sí, a ellas con eso ... O sea que no les
querían contar la verdad. Seguramente es que eso de princesa no se cuenta así
como así. Pero ellas lo habían adivinado.
-
¿Y dónde vas, Diana?.- preguntó Celia.
-
Voy a ayudar a los médicos a curar a la gente.
¡Ah!, así es que era
eso. Claro, claro, ayudaba a los médicos a curar a la gente, a la gente de su
país, al que tenía que volver para romper el hechizo.
-
¿Y vendrás algún día a vernos?.- preguntó Celia.
-
¿Cómo va a venir? Si está muy, muy lejos y tiene
que cruzar el gran, gran mar.- dijo Patricia.
-
No, Patri. No voy a ir tan lejos. Estaré en mi
casa, con mis papás y mis hermanos, y seguro que algún día puedo venir.
-
Pero, pero si tú dijiste que tu país estaba muy
lejos....-
-
Sí, pero yo no me voy a mi país.-
-
Sí, ¡ja!.-
Y Patricia, convencida
de que su historia era cierta, se fue enfadada a su cuarto. Al rato, llegó
Celia.
-
Patri, yo creo que Diana no es una princesa, y
que va a ayudar a los médicos.
-
Pues yo no. Yo creo que no puede contarnos la verdad
porque la bruja se enfadaría.-
Y así, entre la historia de Diana enfermera y la
historia de Diana princesa pasaron los días. Y llegó Virginia, la nueva
cuidadora, que era rubia, y mamá, y tenía también una suave forma de hablar que
traía el susurro de su tierra a través del gran, gran mar. Y llegó el día de la
marcha de Diana. Patricia y Celia la besaron con abrazo y le dieron un regalo
que había comprado mamá. Ella también había comprado regalos para las niñas.
Todos se pusieron un poco tristes. Diana les volvió a contar que se iba a
ayudar a los médicos. Las dos hermanas ya no sabían qué pensar. Pero, de
pronto, cuando ya estaba en la puerta, Diana se giró para despedirse y, al
mirarla, Patricia y Celia pudieron ver la sombra de una corona.
Las dos hermanas se miraron, sonrieron y dijeron:
“Es princesa”.
Y más contentas, volvieron a besar a Diana, que se
iba a cumplir con su destino, salvando a su hermana y a su pueblo, y se fueron
a jugar con Virginia a las máscaras.
Con ilusión, imaginación y alegría, así se las ve a las protagonistas de este cuento. Recuerdos que me hacen viajar 9 años y ver unas casi "bebés"
ResponderEliminar¡Qué bonito! Me enternece, además del cuento, el ver como los padres hacen todo lo posible por la felicidad de sus hijos. Y me da una idea para cuando pase yo por alguna situación parecida. Gracias por ello.
ResponderEliminarVirginia