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lunes, 22 de octubre de 2012

La hija del Este


La primera novela que leí de Clara Usón fue “Corazón de Napalm”. No sabía nada ni de la autora ni del libro, por lo que aquella lectura de verano, que pretendía ser un paréntesis entre otras más densas, me sorprendió gratamente. Una novela distinta, dos historias que nada tienen que ver… hasta que se encuentran. Para mí fue un hallazgo. Como lo ha sido también ésta, “La hija del Este”.

En esta segunda ocasión ya iba preparada. Esperaba una buena novela, digna seguidora de  “Corazón de Napalm”, la que fuera premio Biblioteca Breve 2009. A pesar de ello, superó mis expectativas.

“La hija del Este” narra la historia de Ana Mladic y no parece augurar sorpresas. Desde el principio sabes que la protagonista muere, que se suicida. Y lo sabes porque es una historia real y porque el libro comienza así. Pero la autora mezcla hechos con ficción, narrativa con leyendas, ecos de Tolstoi o Shakespeare con datos biográficos, y consigue llevarte de un sitio a otro, de un estilo a otro, sin que percibas apenas las diferencias.

¿Cómo aceptar que tu padre, tu héroe y, en ese momento, el de mucha otra gente, es un criminal? Y no un criminal cualquiera, no, sino uno de los más atroces. ¿Cómo creer que las verdades que han sustentado tus creencias, tu vida, no son más que construcciones sectarias, que chocan (y de qué manera) con las que tienen otras personas que viven junto a ti, que hasta hace poco eran tus compañeros, tus vecinos, incluso tus novios? ¿Cómo convivir con esa culpa, que no es tuya (o a lo mejor sí, al menos en parte) y seguir adelante?  Otros lo han hecho. Que se lo pregunten, si no, a la mayoría de los alemanes de la generación actual, cuyos padres vistieron el uniforme nazi, unos con más y otros con menos convicción, pero todos acatando unas normas que, por muy legales que fueran, eran, a todas luces, inmorales. Pero Ana Mladic no pudo. Ana Mladic se suicidó pocas semanas antes de que la locura de su padre culminase en la matanza de Srebrenica, con la pistola que él guardaba para celebrar el nacimiento de su primer nieto.

O al menos eso suponemos. Porque no dejó nota alguna. No contó a nadie el porqué de su decisión. Esa decisión que Clara ha reconstruido desde el viaje con sus compañeros de Universidad a Moscú. Un viaje del que volvió cambiada y en el que, seguramente, descubrió la otra cara de ese hombre que ella adoraba y gran parte del resto del mundo veía como un loco sanguinario.

Pero el libro de Clara Usón no se queda ahí, no se queda en la historia personal, en el desgarro de Ana - que narra magníficamente - sino que va más allá y se adentra en las razones del nacionalismo, en la justificación épica de cada uno de los nacionalismos que anidaron en la antigua Yugoslavia y llevaron a una de las guerras más crueles de los últimos años. Aquí mismo, al lado, en la propia Europa.

El libro tiene muchos párrafos, muchas frase memorables, como ésta: “Se empieza cantando canciones folklóricas y se termina empuñando un kalasnikov”. Y quizá sea eso lo que más me ha gustado, la manera en la que cuenta lo pueril, lo ridículo y lo fácil que puede llegar a ser construir una diferenciación que lleve al odio al otro, a la identidad basada en un pasado que, en ocasiones ni existe. Y cómo ese sentimiento se puede llegar a alentar de manera interesada para lograr otros fines más espurios: los nacionalismos enfrentados a su realidad. Actual. Tremendamente actual.  Y cercano. Tan cercano como lo está Serbia, o Croacia, o Bosnia. Tan cercano como el suicidio de Ana. Las diferencias existen y están bien para apoyar un sentimiento o una cultura. Pero llegar a más… 

En estos días (precisamente en estos días) quizá a más de uno le viniera bien leer esta novela, escrita por una catalana, para asomarse al vacío de la historia reciente y aprender de los errores ajenos.

1 comentario:

  1. He leído los 2 libros, a cada cuál mejor. La chica del este, con esa narración de realidad y ficción mezclada, hace de esto una novela que a mí me ha cautivado.

    Recomendable 100%. La historia de la extinta Yugoslavia rota en pedazos y la cerrazón de unos para no querer ver lo inevitable me han cautivado.

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