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domingo, 6 de mayo de 2012

El viejo sordo risueño, el forofo erudito, la niña vestida de comunión y la mujer que quería ser escritora


Todos los años iban a la feria del libro de Madrid. Se había convertido casi en un rito. En un rito que trasmitieron a sus hijas desde que eran pequeñas. Como si de una celebración de la primavera se tratase.

                Pero ese año las cosas se habían complicado. Entre comidas con amigos, comuniones de familiares y demás fiestas y celebraciones, la feria estaba a punto de terminar y aún no habían ido. Precisamente ese año. Como si fuese una premonición. No era supersticiosa pero, ese año… En el que había decidido retomar su afición por escribir. ¿Y si el destino la castigaba y no conseguía publicar su novela? Porque hacía ya un mes que la había enviado a varias editoriales y tenía la sensación de que tenía que ir, que tenía que volver a pasear mirando las casetas, como otras veces, porque si no lo hacía, el destino la castigaría y jamás podría conseguir que su libro fuese leído por alguien más que sus amigos y familiares.

                La solución le llegó en forma de niña vestida de comunión. Ella era atea. Atea prácticamente, como le gustaba decir. Porque ella, la mujer que quería ser escritora, practicaba su descreimiento y se sentía orgullosa de haber conseguido mantener su coherencia. Y, sin negarles a sus hijas la posibilidad de elegir, lo cierto es que ellas, de un modo natural, habían seguido los pasos de su madre y, llegado el momento, optaron por no hacer la comunión.

-          ¿Podré hacerla después, cuando sea mayor, si quiero y cambio de idea? – preguntó la pequeña.

-          Sí, hija, puedes hacerla cuando quieras, ahora o después. - Le aclaró su madre.

-          Vale.  Pero mamá, ¿me puedo poner el vestido?

El vestido era el de su prima, la  hija mayor de su cuñada. Un vestido de comunión en toda regla, con sus jaretas y su cuello de bebé. Las hijas de la mujer a la que le gustaba escribir eran las pequeñas de la familia y por eso heredaban toda la ropa. Ella pensaba que era bueno porque, además de ahorrarles un dinero, les trasmitía a sus hijas un sentido de austeridad, las alejaba de los caprichos y las obsesiones por las marcas. Pero ellas no siempre coincidían con su madre. Sobre todo cuando les tocaba vestir según los gustos de sus primas y las modas de temporadas pasadas.

Con el vestido de comunión no sucedió así. La hija mayor de la mujer que escribía no le hizo ni caso, pero la pequeña… para la pequeña fue un auténtico regalo. Le encantaba “disfrazarse de comunión”, como ella decía. Más aún que hacerlo de princesa o de hada. Y se paseaba por la casa vestida de blanco, con cara de niña buena, de recogimiento, como había visto hacer a sus primos y a sus amigos en sus comuniones.

                Hasta que un día dijo:

-          Mamá, yo no quiero hacer la comunión, pero quiero vestirme y hacerme fotos, como todos.-

Y su madre le contestó:

-          Tú no te preocupes, hija, que el domingo te pones el vestido, nos vamos al Retiro y te hago unas fotos.-

Y así fue. Cuando llegó el momento, ni su marido ni su otra hija quisieron acompañarlas.  A la mayor le daba una vergüenza horrible que su hermana saliese así vestida y el padre ya tenía otro compromiso. Así es que, la mujer a la que le gustaba escribir, le puso a su hija la diadema blanca que ella misma había llevado en su boda – civil, por supuesto – y cogió las llaves del coche. Iba a abrir la puerta cuando sonó su móvil: era su hermano.

-          Oye, ¿has ido este año a la feria del libro? –

-          No, aún no, y ya se acaba hoy.-

-          ¿Te vienes? Estoy en casa de papá y mamá y papá se apunta.-

-          Yo es que iba a ir con la peque al Retiro…- Pero antes de terminar la frase se dio cuenta de la coincidencia y decidió no dar más explicaciones – Sí, vamos. Os recojo a los dos.-

No les había dicho nada de la indumentaria de la niña, por lo que, cuando su padre y su hermano la vieron, se quedaron sorprendidos. Pero la naturalidad de ambas, lo aclaró todo.

-          Voy disfrazada de comunión. Mamá me va a hacer unas fotos en el Retiro.- Explicó la pequeña-

-          Se ha empeñado. Le hace ilusión, Y teniendo en casa el vestido, me parece una tontería no usarlo.-

Había amenazado lluvia durante todo el día pero, justo cuando lograron aparcar, el sol se abrió paso y permitió que las fotos salieran perfectas. Un poco raro que la madre y el tío fuesen con vaqueros, pero todo no se puede tener.

Las nubes volvieron a aparecer cuando se acercaron a las casetas. La mujer que quería ser escritora empezó a ponerse nerviosa. La posibilidad de hablar con sus autores preferidos hacía que su timidez - ésa que vivía escondida en su estómago y sólo de vez en cuando salía para adueñarse de su cara y su cuello, tiñéndolos de rojo - empezara a dar señales de aviso.

Siempre les había gustado leer. Era algo de familia, como el color de pelo o la altura. Se tenía o no se tenía. Y ellos, todos, tenían de sobra. De las novelas históricas a las negras, pasando por las de la Guerra Civil, que le encantaban al padre, con ochenta y un años, porque le traían los recuerdos sentidos y los robados; la infancia que no fue tal y que le tocó vivir.

 A la mujer que quería ser escritora, nerviosa como estaba, le sorprendió la transformación de su hermano. Le vio pasar de un ser tímido a un conversador incansable, que lograba recordar detalles increíbles de cada novela, para entablar conversación con todos los autores que le interesaban. Y ellos le contestaban encantados, halagados por la huella que habían logrado dejar en sus lectores.

Y así, fueron de caseta en caseta hasta que la vieron, sentada en una de ellas, casi sin gente esperando para que les firmase el libro que acababa de publicar. Era ella. La AUTORA con mayúsculas. Al menos para la mujer a la que le gustaba escribir. La admiraba. Se quedó parada. Su hermano no dudó.

-          Venga, vamos a hablar con ella, que casi no hay nadie.-

“Pero qué tonta que soy, si hasta me tiemblan las piernas”. Se dijo la mujer. Por eso se quedó callada. Callada mientras su hermano le contaba a la AUTORA que era del Atlético de Madrid, como ella, y ambos empezaban una animada conversación sobre la temporada de su equipo. Callada también cuando su padre, sordo como estaba, contestó a la pregunta de la AUTORA con algo que nada tenía que ver y una de sus sonrisas de “aunque no te oigo, no pasa nada, yo soy capaz de hilar cualquier conversación”. Callada también cuando su hija, que acababa de comerse un helado de chocolate, pasaba sus manos – manchadas, como el vestido que fue de su prima – por las portadas de los libros de la AUTORA que estaban expuestos, diciendo: “Mamá, tú tienes todos estos”.

Cuando, por fin se animó, oyó su propia voz temblorosa, como la de otra persona, lejos de allí, fuera de sí misma, consciente de cada una de esas palabras inadecuadas que la hicieron ponerse aún más nerviosa.

-          Nos gustan mucho tus novelas. Yo he leído todo lo que has publicado. Todo. Incluso las columnas del periódico de los domingos.-

La AUTORA pareció no notar el agobio de la mujer que quería ser escritora y comenzó a conversar con ella, tranquila, como si no fuese consciente de la fila de gente que se empezaba a impacientar detrás del extraño grupo que hablaba sin haber comprado un solo libro. Y así, por fin, la mujer que quería ser escritora, se atrevió a decírselo, a confesárselo a su admirada AUTORA. A decirle eso, que lo que más ilusión le haría en este mundo sería ver sus obras en una caseta de la feria del libro y estar allí, horas y horas, firmando ejemplares, sin saber muy bien qué poner; repitiendo dedicatorias que pretendían ser originales; pasando calor o mojándose por las rendijas de la cubierta. A decirle que quería ser escritora, no como ella, no, que con tanto no se atrevía ni a soñar, escritora sólo, pero de las de verdad, de las que venden libros a más gente que a los familiares y amigos. La AUTORA la animó y no la tomó por loca, ni le hizo pensar que fuera imposible. Más bien al contrario, el tiempo parecía que no pasaba para ninguna y, de no ser porque el hermano de la mujer que quería ser escritora decidió, al fin, comprar uno de los libros de la AUTORA – el último, el que él todavía no había leído, pero su hermana sí - podrían haber estado conversando aún más tiempo.

Cuando, por fin se fueron, la mujer que quería ser escritora se fijó en el raro grupo que componían y, mentalmente, decidió llamarles así: el viejo sordo risueño, el forofo erudito, la niña vestida de comunión y la mujer que quería ser escritora. Se preguntó qué habría pensado la AUTORA de ellos y si habría reparado en su singularidad. Decidió que era imposible no hacerlo y llegó a pensar que vería su historia, la del extraño grupo que formaban esa tarde de primavera, en una de las columnas que la AUTORA escribía en el suplemento semanal de uno de los periódicos de más tirada del país.

Pero ha pasado casi un año y no ha sido así.

Por eso, porque la AUTORA no ha escrito sobre el extraño grupo que éramos, he decidido hacerlo yo, a ver si así conjuro el maleficio que ha hecho que, a pesar de haber ido a la feria del libro, casi un año después, aún no haya conseguido publicar ninguna de mis novelas.

3 comentarios:

  1. Me encanta, y lo que mejor de todo es que refleja perfectamente cómmo sois, unos locos maravillosos, tanto el viejo sordo risueño, que siempre me ha tratado como a una hija más y al que quiero como un padre; el forofo erudito, sorprendente en todas sus facetas; mi preciada niña vestida de comunión, que cada día se parece más a su madre (con lo bueno y lo malo que conlleva) y finalmente, la mujer que quería ser escritora, mi amiga. Estoy deseando verte en una de esas casetas del Retiro.
    Mariví

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  2. Este año tenemos que repetir la visita, y, a ser posible, repetir charla con la AUTORA. Lo malo es que cada año por estas fechas, ya hemos comprado su nuevo libro, y hay que buscar otro antiguo que a mí se me haya pasado, porque tú los tienes todos. Este año la AUTORA y yo hemos tenido un buen día, el 9 de mayo pasado, gracias a nuestro Atleti. Ah, soy el forofo erudito.

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  3. He disfrutado mucho Pepa!!, estoy deseando seguir leyendo!, que la mujer que quería ser escritora continúe regalandonos la imaginación!, un beso

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