Este es el tercer libro que leo del autor y, como los
anteriores (“Brooklyn Follies” e “Invisible”), me ha resultado fácil y muy
cercano.
El estilo de Auster, aparentemente sencillo, hace que
conectes con el protagonista. En esta ocasión, simplemente con leer la solapa,
sabes que es una autobiografía y que autor y personaje son el mismo; pero aun
en los casos en los que no es así – como en “Brooklyn Follies” – consigue
trasmitir la sensación de que estás ante una historia real, contada con la
autenticidad de quien la ha vivido.
“Diario de invierno” es una novela en la que Auster nos
acerca a su vejez a través de una rápida visión (aparentemente desordenada) por
los momentos más importantes de su vida y por otros, que a duras penas puedes
creer que fueran significativos, pero que a él le han quedado en el recuerdo y
ha decidido compartir.
Me ha recordado a “La hoja roja” de Miguel Delibes. Aunque
las novelas son distintas, en ambas la sencillez de la escritura esconde un
trabajo muy elaborado y te acerca a los años finales de una existencia que
observa el protagonista y muestra al lector. En las dos novelas, lo cotidiano,
lo aparentemente anodino, se eleva a la categoría de literario y trasciende del
día a día para construir un retrato que ahonda en complejidades psicológicas,
en sentimientos de culpa que se arrastran y aparecen en situaciones
inesperadas, en marcas del pasado que van aflorando enlazadas en recuerdos
pretendidamente inconexos.
En cuanto al estilo, el uso de la segunda persona (difícil
tanto para el autor como para el lector) le da a “Diario…” un aire de
conversación, de diálogo, no se sabe muy bien si interno o con el otro - espectador
a través de las páginas - al que rápidamente te acostumbras. Lo utiliza Auster
en otras novelas (al menos, en “Invisible”), pero aquí llena toda la narración
y no deja de ser curioso que lo emplee -
en lugar de la primera persona - en una autobiografía.
Por lo demás, los cambios temporales, el uso de diversos
recursos, como los listados de domicilios que ha tenido, la ausencia de
capítulos, los diálogos enmarcados dentro de la narración, desmienten la
aparente sencillez del estilo de Auster y hablan de su maestría en el oficio de
construir universos a través de la palabra. Universos en los que, a poco que te
esfuerces, no te extrañaría estar viviendo… Aunque no seamos judíos. Ni vivamos
en Brooklyn. Ni escribamos novelas o hagamos películas. Aunque no seamos Paul
Auster.
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He leído algunos libros de Paul Auster y tengo que de ir que me gusta, aunque en ciertas ocasiones, tengo que decir, me parece un poco pesao
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