Hoy voy a dejar otro relato, con final (creo) inesperado.
"Todo era perfecto. El paisaje, con los tonos del otoño como
un muestrario de pintura sobre los árboles, el rumor del río corriendo por
algún sitio, aunque no pudieran verlo, la casa, con su mirador asomado a la
montaña. Todo. Hasta la lluvia parecía un elemento necesario en ese cuadro,
como si al lavar los colores, las hojas fuesen pasando de los verdes a los
ocres y los marrones.
Agarró la mano de él. También eso era perfecto. Después de
una semana horrible en el trabajo, con jornadas inacabables, por fin estaban
allí, los dos solos, el tiempo pasando a un ritmo distinto, el sonido de las
vacas a lo lejos, más allá de la cortina de múltiples tonos de verde.
Habían decidido bajar andando al pueblo, por esa carretera
imposible que corría paralela a un desnivel bajo el que suponían se encontraba
el río del rumor, el que oían desde su habitación. No tardaron en darse cuenta
de que no había sido una buena idea. La noche era tan oscura que no sabían
dónde pisaban. Ni las luces del pueblo a lo lejos lograban hacer más visible la
carretera. Parecía que los verdes del bosque (ahora más bien grises oscuros) se
habían tragado el asfalto. De pronto lo oyeron.
-
¿Es
el tuyo? – Preguntó él.
-
No,
qué va, el mío no tiene ese sonido.- Contestó ella.
-
¿Un
móvil?, ¿aquí? – Se preguntaron.
Pero no cabía otra posibilidad. ¿O sí?
-
Será
algún animal, un grillo.- Aventuró él.
-
¿Un
grillo?, ¿cantando en pleno otoño, bajo la lluvia y de noche? No entiendo mucho
de campo, pero creo que no es lo normal.-
Se miraron extrañados. ¿Había alguien allí? Era imposible
saberlo. La oscuridad lo cubría todo y no había manera de verlo. Decidieron
seguir adelante. El sonido del móvil (porque ya no había duda, era el sonido de
llamada de un móvil) se fue alejando hasta perderse definitivamente y ellos,
que no se perdieron, llegaron finalmente al pueblo.
A la vuelta, con la lluvia cayendo aún más intensamente y el
vino de la cena corriendo por su cuerpo, creyeron oírlo de nuevo, pero entonces
no les asustó, más bien les hizo gracia.
-
Mira,
el móvil otra vez. Dile que no estoy, que estoy reunido.- Y ambos se rieron.
Cuando al día siguiente se levantaron abrieron las ventanas
de su cuarto para respirar el aire de la montaña.
-
¡Qué
maravilla!- Comentó él.
-
Parece
mentira que pueda existir algo así.- Insistió ella.
Y ambos se miraron, de acuerdo en apariencia, sin que ninguno
se atreviese a admitir que ellos serían incapaces de vivir allí. Que el asfalto, los edificios,
los coches, el ruido, las tiendas, todo lo que la ciudad - su ciudad -
representaba para ellos era mucho más importante, más fuerte que cualquier emoción
bucólica de las que les proporcionaba su escapada.
-
Y
no se oye nada.-
Ella se detuvo y se esforzó en escuchar los sonidos de ese
lugar. Volvieron el rumor del río y ruido de las vacas, que debían de estar
pastando allí, al otro lado de esos árboles. Igual que ayer.
-
Bueno,
se oyen las vacas y el río.- Dijo.
-
Ya,
pero yo me refiero a otra cosa, ya sabes.- Claro que sabía, pero ella estaba
empezando a echar de menos el sonido de fondo de su casa, los coches pasando
día y noche por la rotonda, en un leve murmullo que la ayudaba a conciliar el
sueño. Sin embargo, no dijo nada.
Hicieron todas las excursiones previstas. Compraron los recuerdos típicos. Comieron en
el restaurante recomendado por la guía, después de haber tomado el aperitivo en
el mesón que estaba junto al Monasterio. Todo estaba resultando tan bien…
Cuando volvían a la casa, andando nuevamente a pesar de la
lluvia, sucedió de nuevo.
-
Es
un móvil. Igual que ayer.-
A ella ya no le hizo gracia. ¿Por qué
sonaba un móvil en medio del campo? Empezó a imaginarse cosas: “quizá es de
alguien, de alguien a quien han asesinado y está ahí, al otro lado de la
maleza”. Pero enseguida se lo quitó de la cabeza. “¡Qué tontería!”. Lo que no
pudo quitarse de la cabeza fue el sonido insistente de esa llamada, que la
persiguió hasta que estuvieron lo suficientemente cerca de la casa como para
que el río y las vacas ganasen la batalla.
-
Es
siempre lo mismo, ¿te das cuenta? – Dijo él.
-
¿Lo
mismo? – Ella no quería entender lo que le decía.
-
Sí,
el sonido. Las vacas. Parece siempre igual, como si…-
-
…Como
si fuera una grabación.- Terminó ella. Un escalofrío le recorrió la espalda.
Pero él se echó a reír y la abrazó.
-
¡Qué
tontería! Como lo del móvil. Es que no estamos acostumbrados a los ruidos del
campo y todo se nos hace raro. Somos tan de ciudad…
Pero a ella ya no le parecía mal ser
tan de ciudad. Ni a él tampoco, aunque no se atreviesen a decirlo en voz alta.
El paisaje estaba bien, tan verdecito, el aire fresco y puro, todo muy bonito.
Pero el barro se les pegaba a las botas y no era fácil andar por ese suelo tan
desigual. Y la lluvia estaba empezando a ser un verdadero incordio. En el fondo
se alegraron de llegar a la habitación. Un lugar seguro, sin arbolitos, ni
animales, ni ruidos extraños. Allí pasaron la tarde, pegados al Ipad y al
portátil, en la seguridad de esos dispositivos que tan poco tenían que ver con
bosques o con montañas, pero que tan bien funcionaban con la conexión Wifi del
hotel.
A través de las ventanas, levemente
entornadas, seguía colándose el rumor del río, les llegaban los cencerros de
las vacas, se impregnaban de la autenticidad de la naturaleza sin pervertir que
tan extraña era para ellos.
Cuando volvieron a pasar por la
carretera para llegar al pueblo ya iban preparados. Estaban seguros de que el
teléfono iba a seguir sonando. Pero, ¿cómo podía aguantarle la batería? Y así
fue. Al llegar a su altura, se miraron. Él, haciendo gala de una valentía que
no sentía, se adentró entre la vegetación buscando el origen del sonido. Vio el
móvil, un aparato antiguo, entre dos arbustos, cerca de un charco. Antes de que
pudiera cogerlo dejó de sonar. ¿Qué hacer? ¿Y si tocaba el aparato y eso tenía
alguna repercusión? Quizá era, como ella había pensado el día anterior, el
teléfono de alguien que había sufrido una agresión Mientras lo miraba, volvió a sonar. Dudó. Pero al final se decidió a cogerlo y descolgar.
Se lo puso en el oído y no dijo nada. Sólo esperó. Al otro lado alguien también
esperó en silencio durante unos minutos y luego colgó. Se miraron asustados.
-
¿Qué
hacemos? –
-
No
sé. A lo mejor no es para tanto. Alguien habrá perdido el móvil, ¿no? ¿Y si lo
dejamos aquí? – Sugirió ella.
-
Tampoco
me parece. Quizá lo mejor sea volver al hotel y dejarlo allí. Alguien puede
buscarlo. Y es el sitio más cercano.-
A ella no le pareció mala idea.
Cuando llegaron a la recepción del hotel no encontraron a nadie. Una sensación
extraña les invadió. Había algo, algo raro. Pero, ¿qué era?
-
No
se oye.- Dijo de pronto ella.
-
No.
Ya no. Ha dejado de sonar.-
-
No
me refiero al móvil.- Insistió ella.- Es lo otro. El resto. Las vacas, el río.
No se oyen. –
-
Se
habrá acabado la grabación.- Dijo él con una sonrisa triste.
-
No
hagas bromas. No me gusta.- Y antes de que pudiese seguir hablando, el móvil
empezó a sonar.
Él lo sacó del bolsillo de atrás de
su pantalón y miró la pantalla. Como se imaginaba, figuraba “número oculto”. Lo
cogió. Esta vez se decidió a hablar, aunque notó la sequedad de su boca antes
de pronunciar la primera palabra.
-
¿Quién
es? –
Al otro lado un suspiro, un silencio
breve y….
-
Se
acabó.-
Él no entendía nada. ¿Le hablaba a
é?, ¿a qué se refería?
-
¿Qué
es lo que se ha acabado? – Se atrevió a preguntar.
-
El
juego, el juego se ha acabado.-
-
Pero,
¿qué juego? – Preguntó ella, sin percatarse de lo extraño que era que pudiese
oír la conversación completa sin que el altavoz del teléfono estuviese
conectado.
Un sonido al otro lado y el silencio.
-
Ha
colgado.- Constató él. Se miraron. El miedo entre ellos, rodeándoles,
uniéndoles.
-
No
hay ni un ruido.- Comentó ella. Y era cierto. El hotel era pequeño, pero habría
alojadas unas diez parejas en él. No había nadie en recepción. Y no se oía
nada. Ni el rumor del río, ni los cencerros de las vacas, ni las voces
amortiguadas de los cuartos... Nada.
Tenían miedo. Por eso se apresuraron
escaleras arriba, para hacer las maletas. Cuando bajaron todo seguía igual.
Aparentemente normal. Pero, a pesar de esa apariencia, la
ausencia de sonidos no era lo único que había cambiado. La noche se iba
adueñando poco a poco del paisaje, sin ocultar un extraño efecto difícil de
explicar. Era como si los colores se difuminasen, como si los contornos de las
figuras empezasen a resbalar por el lienzo del paisaje.
-
Tengo
miedo.- Dijo ella. Y él, que también lo tenía, tiró de su maleta y del brazo de
ella para llegar cuanto antes al coche.
Mientras se alejaban, deprisa, muy deprisa, ella se volvió
para mirar atrás. Apenas se distinguía el hotel, envuelto en la oscuridad de la
noche y en la imagen difusa de colores mezclados del bosque que parecía absorberlo.
Ella se dio la vuelta y vio el móvil, el extraño móvil aún en el bolsillo de
él. Lo sacó con un gesto rápido y lo arrojó por la ventanilla, justo a la misma
altura donde lo habían encontrado.
Cuando llegaron a la carretera nacional, más tranquilos, aunque
aún no habían logrado cruzar una palabra, ella buscó en su bolso y sacó una
caja.
-
¿Qué
es? – Preguntó él.
-
La
caja.- Dijo ella por toda explicación. En la cubierta podía leerse:
“Experiencias inolvidables”, y un
poco más abajo “fin de semana romántico en hotel pintoresco”. Eso era lo que
habían ido a hacer allí. A disfrutar de ese regalo que les habían hecho sus
hijos por su aniversario. No entendía nada. Iba a guardar nuevamente la caja
cuando, al darle la vuelta leyó otra frase, ésta un poquito más larga:
“Experiencias que se alojarán en su
mente y quedarán en ella como si fuesen reales. El juego virtual más innovador
y más vendido del año”.
No podía creérselo. Iba a hablar, a decírselo a él,
cuando en su campo de visión sólo apareció, con grandes letras: “Game over”.
Me encanta tu nuevo relato, el final te deja con una gran sonrisa. Por cierto, eran grillos. Besos.
ResponderEliminarQué intriga! Estaba deseando saber el desenlace. Muy bueno.
ResponderEliminarVirginia
Me ha gustado muchísimo. Desde luego te mantiene en tensión.
ResponderEliminarVicky