¡Menos mal!, se dijo cuando vio
el mensaje. Ya lo daba por perdido. Al principio lo que más rabia le dio fue la
cartera. ¡Con lo mona que era! Además, se la habían regalado sus amigas por su
cumpleaños. Llevaba meses esperando para poder tener ese monedero tan ideal de
Tous. Y ahora… Tendría que volver a usar el de antes. Desgastado, pasado de
moda… Un horror. Pero enseguida se dio cuenta de que había algo peor. El
carnet. Había perdido el carnet de identidad. ¡Uf! Volver a la comisaría,
esperar turno… Y la foto. Tendría que repetirse la foto. Seguro que no salía
bien. Al menos no tan bien como en la que tenía en el carnet. ¡Vaya rollo!
Hasta
que le llegó esa invitación en tuenti.
No sabía quién era, e iba a ignorarla cuando la foto llamó su atención. Le
sonaba, esa cara le sonaba. No sabía muy bien de qué, pero seguro que le había
visto antes, ¿Y dónde? Dudó. Hay tanto loco suelto… Pero pudo más la
curiosidad. Aceptó. Nada más hacerlo el chico de la cara sonriente y el pelo
con una leve cresta (¡qué horror, tan poco “cool”)
le dijo que tenía algo suyo. Al principio se puso nerviosa. “Esto no me gusta”,
se dijo, pero antes de que pudiese seguir, Jonathan, que así se llamaba, le
anunció que tenía su DNI. “¡Qué bien!, así no tendré que repetirme la foto”,
pensó María, pero ese pensamiento dio paso a otro menos agradable;
“¿no será él el que me lo robó?” Aunque, a decir verdad, no estaba muy segura
de que nadie le hubiese robado nada. Esa noche bebió. Bebió mucho. Y lo mismo
que perdió la cartera podría haber perdido cualquier cosa. Si hasta salió a la
calle sin abrigo y no se dio cuenta. Con el frío que hacía. Se lo tuvo que
decir su amiga Jimena. Y a ella le dio la risa. Como con casi todo esa noche.
Volvió a la
discoteca. Y cuando salió con el abrigo puesto fue cuando notó que le faltaba
algo. Había sacado la cartera del bolso para encontrar la ficha del
guardarropa, eso lo tenía claro. Entró de nuevo en la discoteca. Nada. Buscó en
el breve recorrido que había hecho ya dos veces en menos de media hora.
Tampoco. Ni rastro del monedero. ¿Se lo habían robado?, ¿se le había caído? Era
imposible saberlo. La cabeza le flotaba y con ella todo lo que la rodeaba.
Jimena tampoco le sirvió de mucho. Le entró la risa y no había manera de
callarla. Ni siquiera cuando María se puso a llorar.
-
No sé de qué te ríes.- Hipeó. – No tengo el
abono transportes. Ni dinero. ¿Así cómo voy a volver a casa? – Y no pudo ni
terminar la frase porque el llanto ya se había apoderado de su cuerpo, que se
estremecía y de su cabeza, que de flotar en la nube de la inconsciencia pasó a
verse perdida, sin posibilidad de regresar, como un niño de cuento, temeroso de que el ogro o la bruja
apareciesen en cualquier momento.
-
Anda, no seas boba.- Le dijo su amiga.- Yo te
invito – dijo, y sacó dos billetes de veinte euros de su cartera.
-
Pero, ¿y mi monedero?, ¿qué hago?, ¿no tendría
que denunciarlo o algo así? – María se resistía a que todo fuera tan fácil.
-
No sé – reconoció Jimena - Pero son las cinco de
la mañana. Yo ahora estoy muy cansada para pensar. Me voy a casa. Si quieres te
vienes, y si no, tú verás.- Y se dio la vuelta, dispuesta a buscar un taxi.
-
Voy contigo.- Dijo María, corriendo hacia su
amiga, que ya había conseguido detener uno.
-
Tengo tu DNI - anunciaba el mensaje. Y firmaba
“Jona”.
-
¿Y cómo es que lo tienes tú? - se decidió a
preguntar.
-
Lo encontré en el suelo de una discoteca, ayer
por la noche –
María se quedó mirando la pantalla de su portátil. Podía ser. ¿Por qué
no? Quizá se le cayó. Pero sólo el DNI…
- ¿Y no tienes nada más? - volvió a preguntar.
- No - contestó Jonathan, sin más. María pensó. Si se le había caído,
él tenía que haber encontrado algo más. Ella no sacó el carnet de la cartera.
Por lo tanto, no podía estar solo, así, suelto.
- ¿No encontraste una cartera? - preguntó.
- ¿Una cartera? - Este chico parecía bobo. Pues eso,
una cartera, ¿es que no sabía lo que era? Iba a contestarle cuando apareció su
mensaje.
- No. El carnet estaba solo, en el suelo, ¿Perdiste
la cartera? –
“O eso o me la robaron”, pensó María, “quizá me la robaste tú”, pero no
se atrevió a poner eso en el mensaje. Se quedó parada. Vamos a ver, el chico
ése, el rarito, el de la cresta, al que había admitido como amigo en tuenti (cada vez se arrepentía más de
ello) tenía su carnet, ¿y qué?, ¿qué se suponía que tenía que pasar ahora?
Antes de que pudiese pensarlo apareció otro mensaje.
-
Oye, yo no tengo nada más. Sólo el carnet. Si
piensas que te he quitado algo estás muy equivocada. Yo sólo quería
devolvértelo. Pensé que te podría hacer falta.-
“Y
claro que me hace”, se dijo María.
-
No, no estoy pensando en que me hayas quitado
nada.- Mintió.- ¿Qué podríamos hacer para que me lo devuelvas? –
-
Pues, no sé…. – Un momento de silencio. No
aparecía nada en la pantalla del ordenador.- ¿Quedamos? –
A María le dio repelús pensar en quedar con Jonathan. “No le conozco de
nada. A saber cómo es, qué clase de persona. ¿Y si me pasa algo?”
-
¿Dónde? – contestó casi sin darse cuenta,
mientras seguía pensando que no era la mejor idea.
-
¿Vives en la calle que dice en tu DNI?
-
Sí.-
-
¿Y dónde queda esto? –
-
Cerca del Paseo de la Habana.-
-
¡Qué lejos! –
-
Y tú, ¿dónde vives? – preguntó ella.
-
En Canillejas.-
-
Eso sí que está lejos.- Contestó María.
-
¡Qué va! Está igual de cerca o de lejos que tu
casa. Hay la misma distancia de un sitio al otro, que del otro al uno.-
María sonrió a la pantalla. Llevaba razón Jonathan. Miró nuevamente la
foto. Era joven, quizá incluso más que ella. Y le sonaba… Claro, estaba ayer en
la discoteca. Un chico moreno, con un peinado raro y decididamente pasado de
moda. Trató de recordar. Se fijó más en la foto. Los ojos, la sonrisa... “Puede
que no sea español”, se dijo. “Es demasiado moreno, quizá sea latinoamericano,
pero, ¿cómo saberlo por tuenti?
Además, ¿qué más da? Sólo quiero que me devuelva el carnet?”
-
Podemos quedar por el Centro. O por Goya. No sé,
di tú un sitio.- Propuso Jonathan.
“Quedar con
él”, pensó María. Y mirando la foto de él se dijo que si no fuera por el DNI,
eso nunca hubiera sucedido. “Vamos hijo, que ni en tus mejores sueños”. Pero
escribió.
-
Vale. En Goya. Delante de la tienda de Salvador
Bachiller. En la calle de Alcalá, ¿sabes dónde está? –
-
¿Cómo no voy a saberlo? – Enfrente del Corte
Inglés.-
-
Sí. ¿A las siete? –
-
Ok.- Contestó él.
Iba a cerrar
la conexión cuando apareció otro mensaje.
-
Déjame tu número de teléfono, por si no nos
vemos, o no nos reconocemos.-
-
Tú tienes mi foto. La del carnet.- Contestó
ella.
-
Te dejó mi número
de móvil: 650679028.-
“Pues yo no te
pienso dar el mío”, se dijo, y contestó con un lacónico “Gracias. Nos vemos”.
Iba a quedar
con un desconocido que hasta podía haberle robado la cartera. No se lo podía
creer. Tendría que contárselo a alguien. ¿Y si le ocurría algo?, ¿y si Jonathan
no era el buen samaritano que parecía ser y había quedado con algún loco
perturbado? Se lo diría a sus padres. Lo malo era que no les había comentado
nada sobre la cartera. Su madre se enfadaría. Siempre se enfadaba. ¡Uf, qué
pereza! Cogió el móvil y le puso un “WhatsApp”
a Jimena, contándole lo que había pasado. Y en menos de media hora ya estaban
las dos en el metro, charlando.
-
No te preocupes - le decía Jimena – es un sitio
lleno de gente. Que te dé el carnet y nos vamos enseguida.-
-
¿Tú crees que él me robó? –
-
No sé, no tengo ni idea. Pero no parece normal que
te busque para devolvértelo si te ha robado. No, la verdad no lo creo.-
-
No sé, me parece tan raro…-
Llegaron. Veinte minutos tarde.
María pensó que ya se habría ido. No había nadie frente a la puerta de la
tienda en la que habían quedado.
-
Se ha ido.- Dijo, con un leve tono de desilusión
en su voz.
-
Llámale.- Propuso Jimena.
María le puso un “WhatsApp”. Él no contestó.
-
No está. Se ha ido. Hemos tardado demasiado.- Se
quejó María.
-
Pero llámale, no seas boba.- Insistió Jimena.
María le hizo caso.
Varios tonos
de llamada. Nada. Iba a colgar cuando por fin alguien contestó al otro lado.
Oyó la voz cerca y lejos a la vez. Jimena le tocó el hombro. Al darse la
vuelta, vio frente a ella a un chico con un teléfono en la oreja que le
hablaba. A ella y al aparato. A los dos. A ella. Era Jonathan. Le pareció muy
alto. Más de lo que esperaba. Sin saber por qué, ella enrojeció.
-
Hola – dijo, y no supo cómo saludarle. Iba a
darle dos besos, pero se paró antes de llegar. Y él parecía aún más azorado que
ella.
-
Hola, dijo Jonathan, sacando el DNI del bolsillo
de atrás de su pantalón.
-
Gracias – dijo María.- Muchas gracias, no sabes
cuánto te lo agradezco. Así no tendré que hacérmelo de nuevo. ¿Cómo se te
ocurrió buscarme en tuenti?, ¿por qué
no lo llevaste a la policía? – De pronto no podía dejar de hablar. Jonathan la
miraba. No estaba mal. Al menos, no del todo. El peinado era horroroso, eso
estaba claro, y la ropa no mejoraba demasiado el conjunto, pero había algo…
Algo en su sonrisa, en sus ojos… Algo.
-
Pensé que llevarlo a la comisaría era un rollo y
se me ocurrió lo otro. Hoy todo el mundo está en la red. Si no es en tuenti, será en Facebook. No sé. Y no me equivoque´.- Ahora sí que sonrió. Sonrió
tanto, que María se quedó embelesada, prendida de esos dientes tan blancos y
tan iguales. Jimena fue la que reaccionó.
-
Ha sido todo un detalle.- le dijo.- Yo soy
Jimena, la amiga de María.- Y ella sí que se atrevió a darle dos besos,
poniéndose de puntillas para alcanzar su cara.
-
Me alegro de haberlo hecho. Así he tenido la
oportunidad de conocerte.- dijo, volviéndose nuevamente a María.
-
Bueno, muchas gracias, nos tenemos que ir.- Dijo
María. Y sintió cómo enrojecía aún más. ¡Qué horror!, ¿qué le pasaba?, ¿por qué
le daba tanta vergüenza hablar con ese chico? Agarró del brazo a Jimena, que se
resistía a irse y se despidió de Jonathan.
Al salir del
metro vio varios WhatsApp de él. “No
me lo puedo creer, y ahora ¿qué quiere?”.
-
Era hortera.- Empezó a hablar Jimena, sin saber
que María estaba leyendo los mensajes de “ el Jona”, como le llamaban entre ellas.-
pero tenía algo, ¿no?, ¿no te daba así como morbo, con ese aspecto tan
horterilla? –
María no
contestó. Estaba respondiendo a los mensajes.
-
¿Qué decías? – preguntó al fin.
-
Nada. No me haces ni caso, ¿Con quién hablas? –
Preguntó Jimena.
María sonrió y
su amiga dejó escapar un grito:
-
¡No me lo puedo creer! Si al final va a pasar algo aquí…-
Y pasó. Lo que
Jimena y María no se hubiesen atrevido a pensar antes de aquel encuentro; lo
que María creía que no podía ocurrir ni en los mejores sueños de Jona. Ese
chico al que no hubiera mirado (al que no miró) en la discoteca, el hortera del
que se hubiese avergonzado ante sus amigos, ese chico que no sólo vivía en otro
barrio, sino casi, casi, en otro mundo, había logrado llenar su cabeza, su
tiempo, sus anhelos, sus chats y su tuenti en los últimos meses. “A veces el
destino tiene esas cosas”, pensaba Jimena, viéndoles. Pero había alguien que
sabía que no era así, que el destino no había tenido nada que ver.
Porque Jona,
que ahora sonreía a Jimena con cara de niño bueno, guardaba aún en el primer
cajón de su mesita de noche la cartera de María, ésa tan mona, de Tous, que le
regalaron sus amigas por el último cumpleaños; ésa que no se le cayó al sacar
la ficha del guardarropa; la que él cogió del bolsillo de ella sin que se diese
cuenta. La que nunca pensó devolverle. La que al final guardó en su casa, con
todo: dinero, tarjetas, bonobus… Todo dentro, sin tocar, salvo el carnet, que
fue la excusa que le llevó a ella. No supo por qué lo hizo. Él no era un
ladrón. Nunca había robado nada. Pero fue tan fácil… Y esa chica, esa chica era
muy guapa, pero también muy creída. No le había hecho caso en toda la noche. Lo
había intentado todo, pero ella ni le veía. Peor aún, le había dedicado una
mirada desdeñosa, seguida de un comentario y risitas con su amiga. No, él no
tenía nada que hacer con ella. Por eso, cuando vio lo fácil que era, ni lo
pensó, metió la mano en el bolsillo y se quedó con la cartera. Como ella había
hecho con su orgullo. “Sufre”, pensó, “eres una estúpida creída”.
Fue después,
al día siguiente, cuando se dio cuenta de lo que realmente había hecho.
Entonces tuvo miedo. Había robado. No podía ir a la policía y decir que se
había encontrado la cartera. ¿O sí? No sabía qué hacer. Había dinero. Cincuenta
euros. Y tarjetas. Por suerte, ninguna era de crédito, todas eran de comercios.
“Se la devolveré”, se dijo. Pero dudó. Si se presentaba con la cartera entera
quizá ella se diese cuenta de que él se la había quitado. A lo mejor hasta le
denunciaba. No, no podía hacer eso. ¿Entonces? Después de darle muchas vueltas,
decidió ponerse en contacto con María y devolverle sólo el carnet. Decirle que
se lo había encontrado en el suelo. Sí, ¿por qué no? Alguien roba una cartera,
se queda con el dinero y tira el carnet. Era una buena excusa. Y eso hizo.
Aunque cuando
la vio, cuando la volvió a ver, con menos maquillaje, sin una gota de alcohol
en su cuerpo, cuando la vio de nuevo, ya no se acordó de su desplante. Entonces
sólo fue consciente de su rostro, de su rubor, que le bajaba de la frente al
cuello, de su sonrisa… Y decidió aprovechar la oportunidad que el destino nunca
le hubiera dado y que él había decidido tomarse.
Desde entonces
habían pasado dos meses. El Paseo de la Habana y Canillejas estaban ahora mucho
más cerca. Y él seguía sin saber qué hacer con la cartera de Tous.
Que bonito relato Pepa,me ha encantado e incluso he podido sentirme identificada con la protagonista!!! Una historia muy bonita que hace que quieras saber como continúa la historia según la vas leyendo!
ResponderEliminarMuchas gracias Laura. Me alegro de que te guste.
ResponderEliminarPepa
Genial, Pepa. Este es otro de esos relatos que al terminar de leer, te dejan con media sonrisa. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarVicky
Un final típico tuyo, con sorpresa y dejando las puertas abiertas a la imaginación del lector. Buen relato
ResponderEliminarTipico relato tuyo con final que deja las puertas abiertas a la imaginación del lector. Buen relato.
ResponderEliminarPepa, ¡eres increíble! Eres capaz de hacer un relato de cualquier circunstancia o anécdota que se cruza en tu vida. Gracias por hacernos partícipes de tu creatividad e imaginación.
ResponderEliminarMe alegro de que os guste. y ya podéis ir haciendo cosas para que no se me acabe la inspiración...
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